¿Y por qué no creer? ¿Por qué no tener fe?
Pero no una fe
preestablecida, ya existente, de las que te venden en la teletienda. No la fe
de alguien más, si no una propia. La fe en un paraíso propio. Nada de
querubines alados y viendo la gracia y gloria del señor; no un paraíso de vírgenes
y ríos de miel y arboles de frutas; no un paraíso a la usanza.
Yo ya me imagino
mi paraíso, el que me haya forjado con mis valores, con mis gustos, bien
encalado.
Me imagino una casa de piedra vieja, encaramada en un monte
rodeado de riscos y verdor pardusco,
desde la cual se vea un rió que recorra las gargantas de los desfiladeros; una
casa robusta, caliente en invierno y fresca en verano,
Con una chimenea que dé
al estudio, y otra a la sala de estar.
Con 3 pisos y habitaciones no demasiado
grandes, pero si acogedoras, con alfombras tupidas y paredes de madera de
roble. Tendría mi despacho, claro está, con una gran mesa de caoba, y detrás de
ella un ventanal que diera al monte. Libros de estudio coparían los estantes.
Toda la casa estaría repleta de libros de todo género y tamaño: historia, filosofía,
novela negra, astronomía, mitología, arte, ensayo, humor….
Allí tendría mi reserva de cerveza, claro: inagotables
reservas de cervezas de todo el mundo, y cada noche elegiría una distinta. Y
claro, eso rodeado de buena compañía. De esos amigos que nunca faltan, que no
te fallan; con los que te ríes y lloras, por los que valdría la pena morir. Charlar
al fuego de la lumbre, montar fiestas.
Y pasar tiempo allí con esa persona. Esa persona que te
ilumina el mundo con solo ver su sonrisa; con la cual compartirías tu último
suspiro, tu último aliento en este mundo. Retozar con ella, ver amaneceres,
charlar y beber los vientos juntos. Pasear por lo valles, los ríos, los bosques
y los senderos, cogidos de la mano.
Y también, para cuando este solo, tener mis momentos de dispersión,
de afinamiento. Ver viejas películas y series; jugar a los juegos que de
pequeño me apasionaban; leer mi novela favorita mientras oigo el repiqueteo de
la lluvia golpear los cristales. Divagar con la mente en recuerdos e historias
aun por escribir e idear, crear.
Y muchas otras cosas
Este es mi pequeño paraíso. El que deseo para mi, el que veo
como meta a alcanzar cuando llegue mi momento. Cada uno tiene el suyo, o, al menos,
debería tenerlo. ¿No os parece?