Aqui escribiré lo que me dicte ese pequeño gato que tengo ocupando mi conciencia

domingo, 8 de julio de 2012

La Princesa y la Mascara ( Parte 1 )


Este es un cuento muy especial para mí, y que tenía en el tintero desde hace mucho,mucho tiempo...Casi me había olvidado de el, de hecho. Pero, desempolvando viejos escritos, encontre el comienzo y notas de una idea que ha vuelto a mi memoria. Su fin original no era este, hacerlo publico...tenia un  objetivo aún mayor. Pero,si algo he aprendido,es que no todo sale como uno quiere, piensa, espera, o incluso siente. Ahora siento que mejor sera compartirlo.
 Espero que, a los pocos que me lean, les guste


Érase una vez que se era, hace ya muchísimo tiempo, en un lugar muy lejano, había un reino, el más hermoso de todos los que puedan llegar a imaginarse.
El cielo era naranja brillante. Prados y montañas que nunca acababan, y sus pendientes eran hierbas rojo profundo, coronadas de nieve. Y cuando salía el Sol, las montañas brillaban. Las hojas de los árboles eran plateadas, y cuando cada mañana reflejaban la luz, parecía un bosque en llamas. Con la llegada del otoño, la brisa soplaba entre las ramas como una canción, suave a veces, atronadora otras, pero siempre alegre. Y, cuando, tras la lluvia diamantina, los campos quedaban mojados, relucían como rubíes.
En las noches de cielo despejado, la Luna acariciaba todo con sus miles de dedos de plata. Y en el más bello de los parajes de este hermoso reino, se construyo una ciudad.
Una ciudad sesgada por un rio de aguas cristalinas. Un rio que nacía en las montañas y se perdia en el horizonte, rumbo al inmenso, inmenso mar azul. Una ciudad de altas y albas murallas que pareciesen levantadas por gigantes para gigantes, y que cercaban la ciudad circularmente.
Pero esta no era la única defensa con la que contaba, pues dentro de este circulo había inscrita una segunda muralla, no tan alta, pero si más gruesa que la primera, y guardaba el interior formando, esta vez, un cuadrado perfecto.
Y cruzando las dos ciclópeas puertas, repujadas con remaches carmesí, encajadas en las murallas, se accede a una plaza circular de gran tamaño, enlosada con mármol reluciente, siempre abarrotada. En su centro, la estatua de un viejo mago aferrado a su cayado otea el horizonte por encima de las puertas, siempre vigilante, inmutable ante todo. Es una ciudad de casas altas, tejados blancos, calles anchas y rostros sonrientes. De fragancias sutiles, colores vivos y sonidos vivos. Pero no solo era una ciudad de construcciones, si no también rendía honor a la naturaleza, y a cada poco, podía encontrarse un vestigio de la fecundidad vegetal: alamedas con arboles carmesís que tapizaban el suelo con sus hojas; parques con prados índigos salpicados de flores amarillas, donde las abejas recolectaban néctar, y los amantes se tumbaban a ver pasar las nubes y las horas.
De las fuentes manaba agua en abundancia, recolectada del gran rio, donde los barcos de grandes velas pasaban perezosamente, y los niños se zambullían entre risas y juegos. Una infinidad de puentes atravesaban el gran rio de ancho margen, muy transitados con carros y personas que iban de aquí para allá, en frenético movimiento.
Éste era el aspecto que tenia la ciudad que nos ocupa, enclavado en el valle del reino mas hermoso que haya habido, y todo marchaba bien en ella….o eso parecía a simple vista, pues no todo era felicidad; había alguien que no era feliz en absoluto. Al contrario, era terriblemente desdichada……

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